LA HISTORIA DE YAPATERA
La vida en una tierra fértil con raíces ancestrales
6 DE ABRIL DE 2018
Los últimos rayos de sol caen sobre los tejados y las espaldas de los arroceros que regresan a sus casas. Sentado en una silla de mimbre, Abelardo Alzamora contempla la puesta de sol mientras cruzan la calle carros tirados por caballos, rebosantes de mangos. Frente a su casa hay un mural pintado en una pared, que recoge el motivo de nuestra conversación. En la pared, un grupo de hombres y mujeres permanecen juntos bajo un mensaje: "Zambo, mulato, moreno... ¡Reconócete como afroperuano!".
Abelardo se interesó por su identidad el día que conoció a José Campos Dávila mientras realizaba una investigación en Yapatera. "Era negro, teníamos estudios y no era de Yapatera. Cuando lo conocí tenía 19 años y nunca había oído hablar de África", recuerda Abelardo. Hoy, ha convertido su casa en un museo de la afroidentidad. Sus paredes están llenas de fotos, revistas políticas, cuadros y banderas como resultado de toda una vida dedicada a su activismo en la comunidad negra. El sol empieza a desaparecer, la temperatura baja y los vecinos aparecen en los portales de sus casas. Luces amarillas salen por las ventanas y puertas iluminando las calles arenosas de Yapatera.
Hoy, las alegrías y penurias de Yapatera son las de un pueblo agrícola peruano normal. La lluvia y el estado del tiempo presagian la cosecha; la cosecha es lo que determina si un año es bueno o malo. La tierra produce todo lo necesario para llenar la mesa y, sin embargo, siguen siendo pobres. Basta con dar un simple paseo por las calles para darse cuenta de que entre los niños y los ancianos no hay adultos jóvenes. La mayoría de ellos están en Lima y otras grandes ciudades tratando de conseguir trabajos mejor pagados que los que pueden ofrecer las zonas rurales. En Yapatera es fácil llenar la barriga de comida pero no la cartera de dinero. La vida aquí es austera, pero alegre, tranquila, con una calma impuesta por el duro sol.
Pero no siempre fue así y el color de la piel de los yapateranos es la prueba del origen violento de este pueblito, que como resultado, ahora tiene el mayor porcentaje de afrodescendientes entre sus habitantes.
Los primeros pueblos en estas tierras fueron los Vicus, Ñañaniques y Tallanes. Culturas precolombinas basadas en la agricultura pero con un avanzado conocimiento de la arquitectura, cuya presencia se constata en toda la región de Piura desde el año 500 a.C. Con la llegada de los españoles a Perú, a mediados del siglo XX, se impuso un duro régimen de trabajo agrícola en las grandes haciendas que pronto diezmó a la población indígena.Los Hacendados, incapaces de atender las grandes parcelas que adquirieron, acabaron comprando esclavos de África.
Esto desencadenó el flujo de personas esclavizadas. Grandes barcos procedentes de Madagascar, el Congo y Mozambique, entregaron la primera oleada de esclavos africanos en el puerto de Paita. Allí fueron descargados y vendidos como si fueran una carga más. Abelardo aún conserva un documento original de la venta de una persona en 1700; el valor de un esclavo entonces no era mucho mayor que el de un caballo. Hacia 1810, los esclavos comenzaron a llegar por tierra desde Ecuador y Colombia para trabajar en las plantaciones de azúcar. Desde entonces, la caña de azúcar se convirtió en el motor de la riqueza de los Hacendados y en el vehículo de explotación de los esclavos.
Sobre el papel, la esclavitud terminó en 1854. Sin embargo, el modelo de Hacienda que vino después no difiere mucho; la historia de esta época está grabada en la piel de los ancianos de Yapatera.
"Aquí era la misma historia, una persona era dueña de la tierra y todos los demás trabajaban para él. Y el que no quería trabajar era castigado. Lo ataban a una trampa y lo dejaban al sol, o destruían su casa a medianoche. Tenías que trabajar o tenías que irte" Alfonso Castilla
Tiene 82 años, pero sigue teniendo una figura imponente cuando se levanta de su silla. Desde esta silla pasa las tardes observando, como buen yapaterano. "Así era la vida aquí hijo, hasta que llegó Velasco Alvarado, como Robin Hood, para robar a los ricos y dar a los pobres". Alfonso se refiere al periodo del Gobierno Revolucionario de las Fuerzas Armadas, en el que milicias de izquierda con ideales cercanos al socialismo, tomaron el poder en Perú con la intención de hacer una transformación social en el país. Su principal medida fue la Reforma Agraria de 1969, que repartió entre los campesinos las grandes propiedades de los Hacendados.
Hoy en día, las altas chimeneas del ingenio azucarero sirven de símbolo visible de esta época de explotación. Esta brutal historia se conserva también en las cumananas del poeta Fernando Barranzuela, fallecido en febrero de 2017, pero cuyas poesías se han hecho populares y se veneran como historia oral de Yapatera:
"Del Congo a Yapatera
Mis hermanos han llegado encadenados
Como bestias y con el corazón destrozado
No sabían cómo llorar
Han sido llevados a trabajar a los cuarteles de caña"
Desgraciadamente, estas dificultades no son cosa del pasado. Luzmila Carrasco Torres ha sido profesora durante más de 27 años en escuelas dentro y fuera de Yapatera y ha sido testigo de cómo la discriminación racial afecta a los jóvenes. "Cuando salen a estudiar el bachillerato fuera de Yapatera, es cuando se convierten en Los Raros, Los Diferentes. Aquí en Yapatera no tienen ese problema. En la comunidad más cercana, Chulucanas, se han denunciado casos de racismo hasta por los propios profesores."
Los niños más pequeños de Yapatera reciben ahora educación sobre su cultura e historia. Luzmila explica: "Nosotros... les hacemos conocer sus raíces, para que cuando alguien les llame negros no se sientan ofendidos, sino orgullosos".
Según un informe realizado por UNICEF el año pasado, la mayoría de la población afrodescendiente de Yapatera, unos 7.600 individuos, ha sufrido una discriminación que se refleja en la desigualdad social. El ingreso promedio de un yapaterano es 56% menor que el de su vecino de Chulucanas. El dato más alarmante de la investigación es que el 19,5% de los niños yapateranos menores de 8 años que asisten a la escuela han sido víctimas de violencia física, mientras que el 28,9% sufrió maltrato psicológico.
La Hacienda de Yapatera tuvo como último dueño a un Hacendado llamado Mac Donald, que aún es recordado por los yapateranos por dos cosas: su maldad, y el desastre económico que causó. La comunidad recuerda a Mac Donald montando su caballo y azotando a quienes veía comiendo caña en sus tierras, que abarcaban la mayor parte de la zona. No le gustaba que sus trabajadores tuvieran momentos de ocio y ordenó a sus capataces que destruyeran las chicherías que, a la sombra de los árboles, servían caldos y chicha, una bebida hecha con maíz. Mac Donald no creía que el pueblo yapaterano fuera digno de educación. Cuando se enteró de que una casa se utilizaba como escuela, envió a sus hombres a quemarla por la noche. Este es sólo un ejemplo de cómo la violación de los derechos humanos continuó mucho después de la abolición de la esclavitud.
EL MANGO Y EL NIÑO
Lo peor para los yapateranos llegó cuando Mac Donald ordenó la destrucción de todos los cañaverales para plantar algodón, lo que suponía un mayor beneficio. Los dos primeros años fueron bien, pero al tercer año llegó una plaga que, además de arruinar al hacendado, dejó al pueblo de Yapatera sumido en la hambruna. Como consecuencia de esta necesidad, las chacras, pequeños terrenos cultivables, se llenaron de mangos y cultivos de arroz. La finca de Neider Carrasco aparece como un oasis verde, lleno de vida y agua, detrás de una colina de tierra dura y seca. En ella hay papayas, pacai, cocoteros, plátanos, ciruelas y, por supuesto, mango y arroz. Neider pasa casi las mismas horas en el campo que en su casa, y sólo cuando el sol está en el cenit del cielo descansa, se baña en el río y visita las chicherías; entre chacra y chacra sirven ceviche y chicha a los campesinos.
Neider mira al cielo y dice: "Este invierno no habrá El Niño... espero". Se refiere a las lluvias torrenciales que azotaron Perú el año pasado. Este fenómeno cíclico, que viene y se lleva casas y cultivos, forma parte del alma yapaterina.
El poeta Barranzuela lloró sobre El Niño en una cumanana llamada "Los aguaceros de El Niño Malcriao":
"Este invierno que me duele
No lo olvidaremos
Con una tremenda lluvia
¿Qué casa quedará?"
La escuela donde estudiaba el hijo de Neider, Pedro Leonel, se vio afectada por las lluvias. El edificio no se derrumbó, pero estaba en tan mal estado que las familias tenían miedo de llevar a sus hijos a la escuela por temor a que se derrumbara. Situaciones como ésta obligaron a All Hands And Hearts - Smart Response a poner en marcha su primer proyecto en Perú. All Hands and Hearts continuó los esfuerzos de recuperación en Perú durante más de medio año, involucrando a más de 300 voluntarios y construyendo dos escuelas resistentes a los desastres en Yapatera.
Es cierto que dos escuelas no sacarán a Yapatera de su pobreza ni detendrán a El Niño, pero son dos semillas en una tierra fértil. Porque de esas dos semillas surgirán yapateranos formados, educados y dispuestos a luchar por la identidad de su comunidad. Las nuevas generaciones seguirán cosechando los árboles de mango que dejaron Neider o Ernesto. Seguirán transmitiendo su historia a sus hijos, tal vez recitando la poesía que hizo Fernando Barranzuela. Se organizarán y lucharán por sus derechos como lo hizo Abelardo y seguirán vigilando las calles de la comunidad desde sillas de mimbre decoradas con los colores de la bandera de Yapatera: negro por su identidad, verde por la finca y amarillo por el sol.
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Crédito de la foto y la historia: Pablo Miranzo para All Hands and Hearts